El artículo examina la muerte desde una perspectiva filosófica y existencial, basándose en la fenomenología y el existencialismo (Heidegger, Sartre). La tesis principal es que la muerte es un misterio, no un problema, ya que está intrínsecamente ligada al ser humano y a su libertad. El autor retoma la idea de Emmanuel Mounier de "hacer de una fatalidad un acto" , destacando la capacidad de la persona para dotar de valor a lo determinado, y concluye que el encuentro consciente con la muerte permite la trascendencia hacia un "todavía no" inalcanzable en lo corpóreo. El texto enfatiza que el núcleo de la vida humana se cifra en la relación , y que la muerte, como hecho existencial, debe asumirse como un paso en soledad y libertad. Esta reflexión sirve de marco para abordar la eutanasia, donde el concepto de calidad de vida se vuelve central. El artículo rechaza explícitamente el suicidio y la pena capital porque rompen la relación constitutiva de la vida personal. Finalmente el autor revela la preocupación ética sobre la práctica, señalando la existencia de eutanasia involuntaria (sin consentimiento del paciente) y criticando una cultura superficial que, al huir del miedo a la muerte, la oculta o la mercantiliza.