El artículo analiza la filosofía pedagógica lasallista, cuyo eje central es la calidad de la relación entre el maestro y el alumno. Basándose en las meditaciones del San Juan Bautista de la Salle, el texto establece que el educador debe actuar como un buen pastor , ejerciendo autoridad moral mediante el ejemplo de su virtud y demostrando ternura hacia los estudiantes. Para esto, el maestro debe conocer a cada alumno individualmente y adaptar la instrucción y corrección a su capacidad. Esta praxis pedagógica transformó la escuela de un lugar de coerción a una comunidad humana inspirada por el amor. El documento concluye que la escuela debe ser una comunidad iniciadora que priorice el ser sobre el hacer, facilitando la maduración de la identidad y la realización integral del estudiante para una responsabilidad solidaria en la sociedad.